Conclusiones de la Encuesta del vivir bien y bello y buen convivir, en Entre Ríos

 Un relevamiento entre personas de treinta ciudades y zonas rurales de nuestra provincia

de Entre Ríos registró dificultades que padecen las comunidades para acceder a un

espacio que les permita la producción propia de alimentos, y reveló una extrema

dependencia de alimentos con origen en un circuito ajeno a la vecindad. La “Encuesta del

vivir bien”, realizada durante 2018 por cuatro organizaciones sociales, logró testimonios

auténticos del distanciamiento paulatino de las familias con las fuentes de sus despensas, y

con los saberes regionales, pero a su vez mostró una cierta avidez de mujeres y varones,

mayoría jóvenes, por conocer oficios campesinos y por vivir más tranquilos.


El estudio realizado en ciudades como Paraná, Concordia o Gualeguaychú y localidades

más pequeñas como El Quebracho, Avigdor, Villa Urquiza o Larroque, constató una

ampliación de la brecha entre la mesa de las familias y la huerta, el gallinero, el corral, el

monte o el río; y desnudó una descomposición de los conocimientos populares en esa

materia, a raíz del abrupto éxodo rural y del proceso de urbanización con tendencia al

amontonamiento.

El documento que transcribe las respuestas contiene expresiones impactantes sobre la

corrupción de las prácticas comunitarias y los saberes heredados, sea por el abandono de la

vida campesina o por el hacinamiento en los barrios, ambos resultados de un sistema que no

da respuestas al ser humano ni al resto de la biodiversidad, si se considera que los mismos

testigos denuncian problemas gravísimos de contaminación ambiental.

Pese a todo, la experiencia puso al descubierto una poco explorada sintonía entre los

entrerrianos de distintas latitudes con la vida campesina. Al correr de las charlas realizadas

en distintos ámbitos, los entrevistados mostraron un interés creciente (durante el breve

encuentro), en las actividades de la granja familiar y la economía sostenible que, hasta allí,

a muchos no se les mostraba como alternativa. En algunas aulas, por caso, las chicas y los

muchachos dieron señales de entusiasmo por un camino que no estaba en sus planes. Esa

actitud podría alimentar proyectos integrales ambiciosos, en los sectores ocupados de modo

práctico en el futuro socioeconómico de la provincia.


Más allá de las respuestas registradas, uno de los hallazgos que marcan los encuestadores

es, precisamente, el ánimo en alto de los entrevistados (que a veces no se expresa en

palabras) para encarar la relación del ser humano con la Pachamama (madre tierra en

equilibrio); la buena disposición para los intercambios en torno de la biodiversidad, la

armonía y los alimentos frescos, el vivir bien y buen convivir. Incluso aquellos que no ven

posible hoy el trabajo o la vida comunitaria, por los roces en el barrio, dejan entrever que

les agradaría pero la situación no lo permite por ahora.

Las dificultades para tener una chacra, la soledad en el campo por el cierre masivo de

plantas que generan arraigo (como el tambo), los obstáculos para la comercialización de los

productos y la ausencia de servicios elementales (caminos, por caso), fueron algunos de los

puntos más comentados entre los encuestados en zonas rurales. En los barrios urbanos

sobresalieron los problemas vinculados al hacinamiento, la violencia y las drogas.

“Los  chicos del barrio (Pancho Ramírez de Paraná) no prevén el futuro, viven el presente.

Son albañiles, trapitos o están ‘en la fácil’. Pero tomarían una alternativa si se la

ofrecieran,  salvo los que ya ‘tomaron otro camino’”. Eso dijo un encuestado. Con “la fácil”

y “otro camino” se refería al robo y al último eslabón del narcotráfico.

Hubo ejemplos muy precisos en torno del quiebre de un tipo de vida vinculado a la huerta y

las aves, en nuestro territorio, para pasar a una casa pequeña o un departamento, de modo

que entre abuelos y nietos se esfumaron conocimientos, modos, técnicas, o peor aún: se

lesionó la familiaridad con la tierra. Pero resulta muy ilustrativo observar diversas

experiencias, en el mismo territorio, algunas como alerta, otras para la esperanza.


En memoria de los Gill Gallego

El relevamiento de tipo cualitativo fue encarado durante seis meses de 2018 por cuatro

organizaciones sociales; la Junta Abya yala por los Pueblos Libres, el Programa Por Una

Nueva Economía, Humana y Sustentable de la Facultad de Ciencias de la Educación de la

UNER, el Colectivo Trabajadores Por la Ventana, y el Grupo de Reflexión Ambiental

Mingaché, en este caso con un exhaustivo estudio en Larroque bajo el lema “Mingaché

escucha”.

Las entidades difundieron una síntesis de las conclusiones bajo esta dedicatoria: “Estudio

dedicado a María Ofelia Gill, Osvaldo José Gill, Sofía Margarita Gill, Carlos Daniel Gill,

Noma Margarita Gallego y Rubén José Mencho Gill, a 17 años de su desaparición”.

La decisión de escuchar, entre docentes, periodistas, historiadores, cooperativistas,

dirigentes sociales, cerró un primer capítulo que consistió en 27 encuestas grupales, en las

que fueron entrevistadas más de 250 personas que conocen una treintena de comunidades

grandes y pequeñas, en algunos casos tomando diferentes barrios. En el listado de

localidades mencionadas por los entrevistados figuran Alcaraz, Antonio Tomás, Avigdor,

Basavilbaso, Brugo, Cerrito, Colonia Avellaneda, Colonia Crespo, Colonia Rivadavia,

Colonia San Martín, Concordia, Diamante, El Pingo, El Potrero, El Quebracho,

Gualeguaychú, Hasenkamp, Hernandarias, Ibicuy, La Balsa, La Piragua, Larroque, Las


Tunas, Maciá, María Grande Segundo, María Grande, Mojones Sur, Nogoyá, Paraná,

Rincón del Doll, Santa Elena, Tabossi, Viale, Villa Celina, Villa Urquiza, Villaguay.

La Encuesta del vivir bien y bello y el buen convivir fue lanzada el pasado 22 de abril en

homenaje al Día internacional de la Madre Tierra, cuando recibieron los reconocimientos

“Conciencia Abya yala”, en Paraná, Nora Cortiñas, Damián Verzeñassi y Rafael

Lajmanovich, por su contribución a la protección el ambiente y la conciencia ecológica.

Allí los organizadores de la encuesta explicaron que se proponían “conocer las expectativas

en zonas urbanas y rurales en torno de la vida en armonía con la naturaleza y la producción

de alimentos sanos y en cercanía, indagar en las posibilidades de promover chacras

biológicas comunitarias, y tomar conciencia de la distancia actual entre el ser humano, la

naturaleza y el cultivo de los alimentos, y de los efectos degradantes de ese distanciamiento

en las personas y en todas las especies”.

La persistencia del proceso de éxodo rural y hacinamiento urbano generó la idea de

escuchar a la vecindad, por ser Entre Ríos la provincia con menor crecimiento demográfico

del país en las últimas ocho décadas, fenómeno atribuido a la expulsión de habitantes

principalmente.

Los comentarios de los encuestados están concentrados en un documento de casi 80

páginas.


Tierra para pocos

La encuesta se dirigió a estudiantes, docentes, amas de casa, individuos, grupos, familias,

que dieron testimonios a veces sorprendentes sobre expectativas, modos de organización y

esfuerzos sin estímulos, con diferencias marcadas entre unos y otros, y con un punto de

intersección: la pobreza entre campesinos y la pobreza en las familias de barrios urbanos.

Aquí, algunos puntos sobresalientes de las respuestas, bajo la letra y la interpretación de los

propios encuestadores.

1-Lejos de la tierra y los alimentos: la mayoría de las personas encuestadas no tiene

acceso a la tierra, y consume alimentos que no son producidos por ellas o sus familias. En

las ciudades más pobladas, algunos grupos reconocieron que compran todos sus alimentos,

es decir, no producen nada de nada, y la mayor parte de ellos les llegan desde afuera de su

zona, aunque allí abunden los suelos feraces y el agua. Comprobamos la existencia de

barrios muy humildes en los que no hay huertas ni gallinas, es decir: ningún alimento de

casa y muy pocos de cercanías. En los barrios, la pérdida de vínculos con la producción es

tal que no se escuchan planteos importantes o masivos sobre el acceso a la tierra para

cultivar algo, como sí se comenta la necesidad de terrenos donde vivir. No pocos contaron

que la familia construye en el mismo predio de padres y abuelos, y se priva así de espacios

verdes donde cultivar algo. Los entrevistados encuentran costosos los loteos urbanos, casi

inaccesibles para muchos; los más vinculados al campo saben que hay espacios alejados

más baratos, pero sin servicios (caminos, agua, electricidad). Suponen que el espacio

necesario para la producción es reducido (una a cuatro hectáreas), y entienden que la


viabilidad depende de servicios y cierta reorganización del comercio. Algunos presumen

que, aunque produzcan, nadie les comprará, porque esa ha sido su experiencia, dado que los

circuitos comerciales establecidos no los contemplan. Las respuestas nos llevan a

reflexionar en torno del sistema que permite la compra de parcelas con fines de

especulación inmobiliaria en zonas cercanas a las viviendas actuales; y a la progresiva

concentración de la propiedad y el uso de la tierra, con una economía de escala que se

sostiene en distintas gestiones de gobierno. Pero más aún: la naturalización de la distancia

de las familias con la producción de sus alimentos, cuando la casi totalidad de sus ingresos

se destina precisamente al plato.

2-Escuelas agrotécnicas: en los entrevistados de localidades vinculadas a la actividad rural

o escuelas agrotécnicas se nota una dinámica en torno de diversos rubros de la producción.

La diferencia es notable si se compara con barrios de ciudades grandes. Eso lleva a pensar

en la posibilidad de consensuar cambios en la producción de alimentos desde los sectores

más cercanos a esa actividad, y que en simultáneo ellos transfieran esos conocimientos y

colaboren con aquellos menos relacionados, es decir, se promueva un círculo virtuoso. Hay

reservas de conocimientos sobre alimentos, y se nota muy especialmente en escuelas

agrotécnicas y pueblos pequeños, y eso permite pensar en darles mayor impulso y tender

puentes, para aventar las “soluciones” centralizadas que suelen menospreciar los modos

locales, zonales. Así, cada zona podría contar con su propio color.

3-Perros: comprobamos el espacio harto escaso para las familias en las zonas urbanas, y la

ocupación de esos espacios mezquinos con perros principalmente. Los perros fueron

mencionados por distintas razones en una decena de oportunidades. Los entrevistados

aceptan que ocupan mucho del poco espacio que tienen, de manera que ni los perros ni las

personas logran un estado de comodidad. A veces viven en las calles con los consiguientes

riesgos para los vecinos, y otras veces molestan a los humanos por los ataques a los

animales de corral. El amontonamiento de las familias, con escasa planificación, hace que

las mascotas desplacen actividades vinculadas con los alimentos sanos y cercanos. No

vemos que mascotas, huertas, gallineros sean excluyentes, si se aborda la problemática

desde el equilibrio. Tomamos como ejemplo este tema, porque muestra que pequeñas

variaciones en las costumbres, a partir de la conciencia sobre los alimentos sanos, pueden

abrir espacios impensados, incluso en parques públicos.

4-Fuentes de trabajo: en las zonas más vinculadas al campo los encuestados son

conscientes de la clausura abrupta de fuentes de trabajo y arraigo como los tambos, en

pocas décadas. Son testigos del cierre de chacras, como una de las razones del desarraigo y

el destierro durante mediados y fines del siglo 20 y principios del siglo 21. Testimonio en

Villa Urquiza: “hace veinte años la Escuela Agrotécnica logró reunir sesenta tambos

pequeños y medianos, para buscar precio en fábricas que pagaban mejor por cantidad. De

esos 60 tambos hoy queda sólo uno: el de la Escuela. El panorama en ese rubro es

desolador, en la economía familiar”.

5-Distancia: la distancia creciente entre la vida rural y urbana se nota en el

desconocimiento de muchos sobre las experiencias del otro, y las burlas generadas por


oficios que se practican muy cerca pero, a algunos entrevistados, les parecen de otro

planeta. Aun así, cuando se formó un clima durante la encuesta en torno de la problemática

de los alimentos y el trabajo, se recibieron comentarios que demostraban interés en el

asunto. Eso dejó la impresión de que los temas están lejos porque de ellos no se habla o se

habla muy poco, pero eso no equivale a indolencia o apatía. Notamos un cambio a medida

que nos introducíamos en el meollo de la temática. En principio, en zonas urbanas, los

entrevistados se mostraban distantes, como que eso no era lo suyo. Pero a medida que

algunos contaban sus vidas, sus saberes a través de abuelas y abuelos, amigos, tíos, en fin,

se lograba una apertura a experiencias que ni sus propios compañeros ni sus profesores

habían escuchado. El distanciamiento del campo y la ciudad ha sido severo en pocas

décadas, y por eso mismo, porque es reciente, quedan vasos comunicante, y los mismos

entrevistados se sorprenden con esa herencia familiar, desgastada pero viva. No en bienes

materiales, sí en gustos, historias a veces idealizadas. Con excepción de los estudiantes de

las escuelas agrotécnicas, la mayoría de los encuestados dijo que los conocimientos que

poseían fueron transmitidos por la familia.

6-Transmision oral y capacitación: un ejemplo de esa transmisión de conocimientos lo

vemos en esta respuesta registrada por entrevistadores de Larroque: “la gran mayoría

recuerda hacer huerta desde pequeños con sus padres o abuelos… ‘en cualquier pedacito de

tierra plantábamos algo’ y si bien reconocen haber olvidado muchas cosas, también

recuerdan muchas otras y piensan que con un tiempo de práctica y alguna orientación

profesional recuperarían las olvidadas”.

Al contrario de lo que podríamos esperar en sectores urbanos que se muestran distantes de

la producción de alimentos (aun sin menospreciar los oficios), cuando preguntamos sobre

las posibilidades de capacitación en huerta, apicultura, tambo, avicultura y otros rubros

encontramos receptividad. Es decir, incluidos aquellos jóvenes que ya tienen decidido

cursar estudios no vinculados a la tierra (enfermeros, policías, docentes, etc.), asistirían a

talleres de capacitación; la mayoría de los consultados dejó las puertas abiertas.

7-Expectativas y desconfianza: el mayor espacio para vivir con tranquilidad despierta

expectativas en los entrevistados. No muestran esa alternativa de inmediato en los barrios

urbanos, pero a medida que reflexionan, se escuchan mutuamente y se crea el ambiente

propicio, dejan fluir una actitud favorable, con alegría.

Si el mayor espacio para vivir y trabajar seduce, no se nota lo mismo en torno de la vida y

el trabajo comunitarios. Aún después de conversar un rato sobre tradiciones cooperativas,

beneficios, aspectos propicios de la vida comunitaria y los sistemas de reciprocidad

milenarios, en general las respuestas de los encuestados en los barrios se inclinaron por el

trabajo individual, a lo sumo familiar. La vida ultra urbana alejada de la producción de

alimentos parece una problemática mucho más fácil de abordar que la vida individualista,

consolidada por la falta de confianza en la vecindad. Los comentarios fueron, en algunos

casos, demoledores para graficar la desconfianza reinante.

Dijo un encuestador de Gualeguaychú sobre la relación comunitaria: “creen en esa forma

de trabajo, pero dicen que el mayor impedimento está dado por lo complejo que se han


vuelto las relaciones entre las personas. Hay mucho celo y especulación. En ese sentido,

Julio asegura que ‘las medias sólo sirven pa’ los pieses’”.

Otro ejemplo en un barrio del oeste de Paraná: “Los vecinos son una lacra de mierda”, “son

malas personas, se roban mutuamente”. Anotamos estas frases porque resultaron habituales.


Contradicciones

Esa falta de confianza se muestra, en muchos casos, irreversible, pero no sin

contradicciones. Algunos se quedarían en su lugar porque se sienten cómodos donde están,

pero no harían algo junto a sus vecinos, e incluso prefieren que sus hijos estudien lejos de

allí. En escuelas agrotécnicas, en cambio, los estudiantes y docentes se muestran más

familiarizados con la posibilidad de encarar actividades comunitarias. Escuchamos

manifestaciones entusiastas en torno a la posibilidad de trabajos asociativos en algunas

escuelas agrotécnicas, en las antípodas de las experiencias de algunos barrios urbanos.

Pese a la abundancia y contundencia de las manifestaciones sobre el deterioro de la vida

social en barrios amontonados, dejamos constancia de que este flagelo requiere estudios

más detenidos, porque las respuestas espontáneas corresponden en general a jóvenes que se

muestran muy tocados por un pasado reciente, de diez o quince años, que abarca toda su

vida consciente. Hay otros elementos que podrán mostrar fibras de una vida comunitaria,

fibras que darían paso a una reanimación desde adentro.

En algunos casos observamos un deterioro en el sentido de pertenencia, al punto de la

desconfianza con los de la propia clase social y vecindad; un desprestigio naturalizado. Es

lo que algunos autores observan en los colonizados, listos para reconocer virtudes en los

colonizadores pero no a la vuelta de la esquina. Sin embargo, la cordialidad, el buen trato,

la excelente disposición e incluso el modo sincero de sus relatos, y cierto empaque en

muchos de ellos, habla, en cambio, de una vecindad con terreno fértil para el diálogo, la

comprensión, el intercambio y la superación de dificultades con actitud. Es decir: lo que los

entrevistados decían de su entorno social se chocaba con lo que los encuestadores veían en

ellos mismos, como miembros de esa vecindad, llenos de energía positiva y proyectos,

capaces de conversar en profundidad sobre temas comunes.

No encontramos personas que se mostraran totalmente desinteresadas en la problemática de

la relación con la tierra, y en ella la vivienda, los alimentos, el trabajo. Si bien en zonas

rurales o pueblos pequeños esa relación se presenta más natural, en zonas urbanas

registramos un respeto por el tema que por ahí sorprende. Esas respuestas desbarataron los

conocidos prejuicios, que postulan una cierta incapacidad o desinterés de las y los jóvenes

de los barrios urbanos por la producción. Notamos allí, al contrario, un interés por conocer.

No fueron pocos los casos en que la juventud lamentó que no hubieran huertas en los

colegios, por caso. Los reproches a los profesores fueron con humor. Pero también allí, una

contradicción, porque algunos que podían colaborar en casa con la huerta, la veían como

cosa de viejos, como algo distante. Es decir, falta por ahí un detonante o un conjunto de


condiciones objetivas, para que la alternativa latente se convierta en expectativa, para que

el trabajo con la tierra recupere un prestigio. Este punto nos pareció esencial.

8-Éxodo: la problemática del desarraigo y el éxodo está más visible en las sociedades

campesinas. Allí los consultados hacen extensas referencias a las taperas. “Donde yo vivía

éramos unas cuarenta familias, ahora hay tres. Tenían poco campo, se murieron los padres

y vendieron o arriendan. El éxodo es marcado”, manifestó una docente en Cerrito. Otro

caso: en la zona de Colonia Rivadavia, “éramos diez vecinos, ahora quedan dos”.

En los barrios encontramos vecinos llegados de distintos lugares de la región, o con padres

o abuelos campesinos, es decir, ellos mismos protagonistas de las migraciones forzadas;

pero no apareció un planteo crítico sobre esa situación. Entendimos que son víctimas de

desplazamientos pero no conscientes del fenómeno integral; escuchan hablar del éxodo

como algo que sufren otros, y es que admiten que, al contrario, sus barrios crecen en

cantidad.

9-Contaminación: notamos una especial preocupación por la salud ambiental. En

Concordia, los docentes y estudiantes se mostraron entusiasmados con la recuperación de

un “Sendero” a orillas del río Uruguay. Las actividades fuera del aula les resultan

particularmente atractivas.

En casi todas las consultas, la mayor inquietud se dio en torno de los basurales en los

arroyos, las bolsas de nylon desparramadas en los montes, los fluidos de alguna industria

hacia los cursos de agua, y las fumigaciones con agrotóxicos, tema reiterativo en distintos

lugares: “Mi cuñada se encierra con mis sobrinos cuando  fumigan”, contó una docente.

“En Villa Urquiza una persona casi muere de asfixia junto al colegio de las monjas”, agregó

otra.

También se escucharon reclamos por el esparcimiento de bidones de agroquímicos usados;

los perros callejeros; la tala; la falta de planificación urbana. Y lo mismo por los riesgos de

las fábricas de acumuladores, los frigoríficos de aves, las chancherías o los feed lot y las

papeleras cerca de los centros poblados; el tratamiento de los residuos, los basurales a cielo

abierto, el uso excesivo del automóvil particular, la proliferación de “plagas” que comen las

frutas y los granos; los arroyos con basuras (aceitosos), los cursos de agua donde antes se

pescaba y hoy no existen peces, la falta de cloacas (abundan pozos negros que contaminan

las napas), los olores de piletas de decantación, el abuso de cazadores, la quema de

contenedores por vándalos… Los inquietudes parecen inconexas, pero no es difícil ver que

se vinculan con un sistema que necesita sostener la tasa de ganancia, y por eso depreda.

10-violencia y droga: en los barrios urbanos surgió con mayor fuerza la problemática de la

inseguridad, la violencia y la proliferación de adicciones en los jóvenes. Cuando

preguntamos lo negativo del barrio, aparecieron la violencia y la droga. Veamos esta

expresión de encuestadores en Gualeguaychú: “En cuanto a la vida en el barrio, dicen que

ellos viven bien y tranquilos, pero les preocupa severamente la situación de los más

jóvenes, afectados por las drogas. Aseguran que la mayoría de los jóvenes del barrio no

tienen futuro. La mayoría, salvo excepciones, son adictos, no trabajan ni estudian, y se

encuentran en una situación de absoluta marginalidad”.


Ahora veamos lo que dice un joven que estudia en Villa Urquiza pero ha vivido en un

barrio de Paraná: “en el Pancho Ramírez no hay oportunidades sino discriminación.  Lo veo

en mi  familia. Mi papá estuvo preso y tiene tatuajes y le niegan trabajo. Creo que mi papá

se hizo delincuente después de que le mataron el padre”.

11-Soledad: al tiempo que todos, casi sin excepción, aprecian la tranquilidad de la vida

campesina, algunos campesinos comentaron el problema de la soledad, que los llevó a

emigrar como en una sucesión negativa: cuanta más despoblamiento, más soledad, y

viceversa. También hay vecinos más urbanos que dudan de vivir en el campo, por la

soledad. En el barrio son conscientes de la cercanía de servicios como la educación, la

salud, el comercio…

Rescatamos esta explicación de un encuestado en Avigdor: “Antiguamente se prefería la

vida del campo pero hoy es tal ‘la soledad del paisaje’ que la mayoría prefiere vivir en un

pueblito o ciudad pequeña y viajar todos los días al campo a trabajar. De hecho es tanto el

aislamiento (ni hablar en temporadas de lluvias) que se van generando adicciones

(alcoholismo por ejemplo), lo que sumado a otras vivencias termina en violencia doméstica

(aclaro que no estoy justificando la violencia de ningún tipo). Sé de casos de mujeres que

están solas todo el día en el medio del campo porque sus hijos crecieron y se fueron lo antes

posible del campo, y su marido está trabajando en otros campos desde que sale el sol hasta

que oscurece. Y en esa soledad aparecen enfermedades tales como obesidad, estados de

ansiedad, hipertensión arterial, depresión, etc”.

Registramos no pocos testimonios que dieron cuenta del aislamiento que sufren familias

campesinas por el estado intransitable de los caminos naturales, y la pérdida de días de

clases por ese motivo también.

12-Indigencia: docentes de María Grande comentaron que un grupo de hacheros que vivía

en una estancia fue desalojado cuando esa estancia se vendió. Hoy, esas familias viven de

la asistencia en un terreno fiscal. Hicieron casitas tipo monoambiente. Allí se encuentran

incluso familias de pueblos originarios y están “muy mal” en la zona de Alcaraz. Las casas

no tienen aberturas, y les añaden extensiones de silo bolsa. Todo muy precario, con letrinas.

Dijo una profesora: “cuando los visitamos en una misión, a los chicos los vimos felices.

Corrían, se reían, jugaban con las cabras. Descalzos y sucios pero felices. Nos decían que si

te internás más en el monte hay otras casas así. Van a la escuela que está cerca, allí tienen

un comedor”. Una profesora reconoció que algunos de esos chicos recibieron maltrato en la

escuela primaria. Discriminación y maltrato, incluso físico.

Hubo más referencias a casas precarias al borde de las banquinas, en otras encuestas, es

decir: campesinos marginales, sin tierras.

Unas docentes del departamento Paraná explicaron que para algunos jóvenes “la única

salida es hacer la huerta. Donde nosotras trabajamos, los chicos que van al secundario están

interesados en el campo. Si hay un título, que sea sobre el campo. De todos modos, de cada

diez chicos, uno puede llegar a la universidad”. Agregó otra maestra: “en mi escuela hay

hijos de pequeños productores que les inculcan el estudio porque piensan que en el campo

no se van a poder quedar. Algunos ven la posibilidad del magisterio. Y si siguen la


universidad, será veterinaria o agronomía… El hijo de una cocinera se cansó de trabajar en

negro en un tambo y decidió entrar en la escuela de agente de policía en Villaguay”.


Modalidad de la encuesta

Nos propusimos detectar las motivaciones más hondas sobre la relación humano/tierra,

creando un ambiente para el sinceramiento de los entrevistados. No hubo entonces

preguntas cerradas, se dejó lugar a que fluyeran las consideraciones durante una o dos

horas, con fuerte intervención grupal. Fue así que pudimos escuchar, por caso, este

testimonio sobre una familia que siembra batatas a mano: “es un trabajo penoso que los está

matando, están  hechos pedazos, el padre, la madre y el  hijo”. Es decir: los encuestados

expresaron sus prevenciones en torno del sacrificio actual para sostener una quinta. Muchos

relatos así hubieran quedado sin lugar en una encuesta cuantitativa y con preguntas

cerradas.

La base del diálogo con las y los encuestados fue un cuestionario de diez temas: origen de

sus conocimientos en torno de la chacra, éxodo rural, origen de los alimentos que

consumen, contaminación, trabajo futuro en relación con la tierra, requerimientos

(servicios, herramientas) para vivir y trabajar en zonas rurales, expectativas respecto de la

vida y el trabajo comunitarios y la autoconstrucción de viviendas, aspectos positivos y

negativos de la vida rural y en los barrios, e interés en capacitación.

Decidimos conversar con grupos, varios de ellos de entre diez y veinte personas, con la

suposición de que la interacción podía aceitar el ámbito y dejar aflorar datos y reflexiones.

Y hacerlo en general en sus lugares de encuentro, para aprovechar la familiaridad del

entorno.

Hubo encuestas unipersonales, y a familias, muy significativas pero fueron las menos.

De hecho nos encontramos con la ayuda de los interlocutores, porque a muchas respuestas

sucedían aclaraciones, diálogos, intervenciones, entre quienes se conocían y podían

completar los aportes, profundizarlos en algún caso.

Además, las expresiones de los más extrovertidos animaban al resto a contar experiencias

propias y sensaciones. Por ejemplo: algunos en principio entendían que no tenían ningún

contacto con la producción de alimentos hasta que, escuchando otros comentarios,

reconocían que en el fondo de la casa había un espacio con perejil, un naranjo, un níspero, o

recordaban que de niños visitaban la chacra de sus abuelos. Al mismo tiempo, surgían

meditaciones de los propios entrevistados, que advertían durante la charla el paulatino

distanciamiento entre las familias y la producción de alimentos, y eso se hacía más visible

porque compartían experiencias similares.

En la mayoría de los casos empezamos a leer el cuestionario después de una charla. Lo

hicimos buscando un equilibrio entre dos riesgos: por un lado, nos exponíamos a la

posibilidad de orientar las respuestas con esa interacción previa, y por otro lado, sin

presentación de la problemática podíamos chocarnos con interlocutores que se sintieran

como investigados, como rindiendo examen.


Consideramos que la decisión fue acertada. Al punto que en algunas encuestas, luego de

abordar con detenimiento las bondades del trabajo colectivo, las experiencias diversas de la

vida comunitaria, la cooperación, por caso, al momento de preguntarles sobre las

posibilidades de emprendimientos comunitarios la respuesta fue negativa por unanimidad,

es decir: los entrevistados se sintieron con libertad para expresar la situación en el aquí y

ahora, de acuerdo a sus propias experiencias y la observación de su contexto.

La mayoría de las encuestas fueron realizadas en aulas, y como a las aulas asisten

profesores y estudiantes de distintas extracciones sociales y sectores, eso garantizó de

alguna manera la diversidad de voces.

Otro aporte positivo para destacar en el relevamiento fue la variedad de encuestadores,

preguntando desde experiencias muy distintas.


 Junta Abya yala por los Pueblos Libres –JAPL-

 Programa Por Una Nueva Economía, Humana y Sustentable de la Facultad de

Ciencias de la Educación de la UNER

 Colectivo Trabajadores Por la Ventana

 Grupo de Reflexión Ambiental Mingaché

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